El rol de los padres en la educación sexual de los hijos (Parte 1)

21 agosto 2009

Los temas sexuales en sus múltiples expresiones están en constante transformación. Son numerosas las evidencias que así lo permiten constatar. Por ejemplo, el auge mundial de movimientos de liberación femenina, los grupos gays y/o lesbianas que reivindican derechos, las personas que voluntariamente desean cambiar su sexo y solicitan la rectificación quirúrgica de sus órganos genitales así como de su partida de nacimiento para que se reconozca su nueva identidad sexual. Estas son algunas expresiones de un tema que está cubierto de un gran manto de inquietudes y desconcierto.

Por otro lado el advenimiento del SIDA a partir de la década de los 80 ha producido temores que han contribuido a modificar conductas.

Así también, el culto a las expresiones estrictamente físicas de la sexualidad ha exagerado en forma desmedida la inclinación hacia todo lo que rodea al cuerpo y a su búsqueda placentera, limitando el enfoque sexual a lo corporal, descontextualizando el sexo de la totalidad del ser. La búsqueda de placer sexual a través de la exhibición: «mírame y no me toques» es una nueva forma de disfrutar el erotismo y de derivar la energía sexual a otras formas sutiles de placer.

Sumado a estos elementos las estadísticas denuncian el incremento de abuso sexual, violencia y prostitución particularmente en niños y adolescentes. Hoy también somos testigos del creciente número de embarazos en adolescentes, llevando a un claro aumento de madres a muy temprana edad.

El sistema familiar también ha cambiado en forma vertiginosa. En Uruguay de acuerdo a lo revelado en algunas estadísticas hay un incremento de hogares constituidos por familias monoparentales, generando otras formas y conductas de vida familiar y sexual a las que antaño no estaba acostumbrado.

Todo demuestra que la sexualidad humana es un fenómeno complejo, donde convergen una serie de consideraciones que van más allá de lo biológico. De lo que estamos seguros hoy, es de la falta de un marco de referencia. ¿Qué es lo más adecuado en materia sexual?

La gente cada vez lo sabe menos. La sociedad contribuye a la ignorancia a través de los medios masivos de comunicación. Los medios muestran frecuentemente un tipo de sexualidad irreal y tergiversada que empaña una correcta formación y que deforma aun más conceptos y actitudes sexuales.

También existe un exceso de producción comercial de libros y revistas que pretendiendo aportar conceptos sexuales, no son más que formas enmascaradas de pornografía, que producen un daño potencial sobre el crecimiento y desarrollo sexual del menor que es imprevisible.

Para muchos menores, el grupo de amigos ha sido la forma más común de información y aprendizaje sexual, siendo la mayoría de las veces inadecuada. La novedosa incorporación de internet y su utilización como fuente de pornografía sexual es un elemento no menos preocupante. El acceso que puede tener un menor a material sexual y pornográfico explícitos de texto y fotos, se convierte en un gran tema de peligro y discusión que deberá regularse muy estrictamente.

Esta realidad transita en una población joven que la mayoría de las veces es ignorante y no bien informada del tema, con carencias de comunicación y sobre todo una gran dosis de soledad a la hora de evacuar dudas y preocupaciones.

Estas evidencias confirman la necesidad de que los padres, intervengan más activamente en la formación sexual de sus hijos.

Estamos convencidos que la familia es el ámbito básico de la educación sexual y el lugar más propicio para realizar una actividad preventiva. El papel de los padres en el hogar es insustituible y de ello debemos ser muy conscientes.

¿Qué actitud tenemos que tomar los padres frente a la sexualidad de nuestros hijos? ¿Cómo hablar con ellos? ¿Qué decir como respuesta a las frecuentes preguntas e inquietudes que surgen en la vida del menor? ¿Cómo ayudarles para que en el futuro tengan los mínimos errores que los adultos a menudo tienen? En algún momento estas son algunas de las interrogantes que aparecen y responderlas no es una tarea fácil.

Muchos temores y prejuicios se levantan como barreras para hablar de sexo con los hijos. La historia personal de los padres no siempre es satisfactoria y dificulta aun más una docencia adecuada. La repulsión, el miedo y otros sentimientos negativos afloran en algún momento. Se trata de disimular por medio de las conversaciones que salen por las tangentes. Decirle a un niño «cuando seas grande ya vas a saberlo», «otro día te lo voy a contar» son respuestas que en este tiempo están totalmente fuera de lugar.

Estas páginas pretenden abrir respuestas y reflexionar sobre algunas de las inquietudes que particularmente los niños tienen hasta su pubertad. No solo que contemple los aspectos anatómicos y fisiológicos de la sexualidad sino también que incluya una dimensión ética y moral basada en la libertad así como en la responsabilidad y el respeto hacia los demás.

No puedo negar mi concepción cristiana de la que vuelco muchos de los conceptos sobre la vida y la familia. Es imprescindible aclarar que este posicionamiento y valoración ética sobre el tema es el eje principal que sustenta este trabajo. Aun sostengo firmemente que la sexualidad y el matrimonio es obra del Creador y, que la pareja estable, fiel y permanente es el modelo más adecuado de convivencia familiar. Hacia este ideal es al que debemos aspirar.

Debo agradecer sinceramente a quienes han contribuido y corregido este material. En forma especial a la Lic. Juanita Vallejo Latessa y a la Psic. Graciela Gares, quienes han aportado su ayuda desde sus respectivas disciplinas.

Si la presente publicación despierta la reflexión y facilita una mejor comprensión sobre el compromiso que tienen los padres y quienes trabajan con niños y adolescentes para la construcción sexual de los mismos habrá logrado con creces sus objetivos.

Jorge Patpatian

Educación Sexual

Definición y conceptos:

La educación sexual es un proceso vinculado a la transmisión y formación de conceptos sexuales que producen a lo largo del tiempo actitudes, expresiones y conductas sexuales definidas, cuyos principales objetivos a nuestro juicio son los siguientes:

  1. Estimular el desarrollo de actitudes positivas hacia sí mismo y la aceptación de la propia sexualidad. Incluye descubrir, conocer y desarrollar una imagen positiva de sí mismo.
  2. Aceptación del sexo opuesto, en un plano de igualdad y respeto. Los procesos discriminatorios que la sociedad históricamente ha incorporado, particularmente a la mujer produce daño y deben ser desterrados.
  3. Incorporar valores como compromiso, respeto, fidelidad y amor con el objetivo de que el vínculo entre dos personas de distinto sexo pueda ser enriquecedora, complementaria, madura, perdurable, responsable y fiel.
  4. Incluir la preparación para los cambios físicos y psicológicos que pronto ocurrirán con el devenir de la pubertad. Los menores no deben sorprenderse cuando ocurra la menarca o las primeras emisiones nocturnas. Las características sexuales secundarias descolocan al menor y son fuente de incertidumbres y miedos. ¿Seré normal? ¿Qué me está pasando?. Son preguntas que angustian. El niño debe reconocer que todos estos cambios son normales. La educación sexual debe proporcionar seguridad y contribuir positivamente en su desarrollo.
  5. Advertir la existencia de abuso sexual. La información adecuada y a tiempo podrá protegerlo de situaciones nefastas a las que no está preparado. El menor debe aprender que tiene partes íntimas que le pertenecen y sobre las cuales nadie tiene derecho sino solo él.
  6. Brindar educación sexual para satisfacer su natural curiosidad.

La curiosidad sexual en los primeros años de vida es normal. El sexo es un tema como cualquier otro. Las actitudes negativas comienzan a surgir cuando tiene dudas y nadie sacia su necesidad de información.

En suma podemos indicar que el desarrollo sexual del menor y su construcción educativa debe desembocar en el logro de su madurez.

La Prof. Dra. Irma Gentile-Ramos en su libro Puericultura y Pediatría Social menciona que «la maduración sexual no es solamente un acontecimiento orgánico ligado a cambios morfológicos y psicológicos ni a determinadas aptitudes», «es fundamentalmente un logro afectivo y social: la aceptación de la sexualidad corporal, la interiorización de los conceptos, las actitudes y el comportamiento acordes con un «rol» sexual determinado (masculino o femenino), la capacidad de dar y producir amor, la aptitud de formar pareja con un ser de otro sexo y de la misma generación y de unirse «para la felicidad y el infortunio», con un sentido maduro de responsabilidad individual y social y la potencial capacidad de concebir y criar hijos».

Los padres y la familia a través de su gestión educativa tienen el privilegio y la responsabilidad de contribuir con este rol.

Rol de la familia

Diversos son los factores que intervienen en la educación sexual, pero son los padres quienes a través de su conducta, actitudes y transmisión de conceptos influyen sobre el menor, aunque no siempre de la forma más adecuada.

Los padres siempre brindamos educación sexual desde el momento que el niño nace. Nuestras acciones u omisiones, los gestos y expresiones al momento de encarar el tema, son factores que influyen y determinan nuestra intervención educativa. La valoración del sexo y el cuerpo de nuestros hijos, las actitudes que tenemos hacia sus genitales, la forma como manejamos el control de sus esfínteres, la aceptación o no de toda su persona son algunos de los múltiples factores por los cuales los padres influirán en sus conductas sexuales.

Los padres tenemos derecho a no saberlo todo, pero debemos ser conscientes que nuestras actitudes serán siempre mensajes docentes para nuestros hijos.

Ya veremos que las primeras impresiones de solidaridad, honradez, respeto por su vida, aceptación y estima adecuada serán bases sólidas para desarrollar buenas actitudes sexuales. Si por el contrario las primeras experiencias familiares están cargadas de maltrato, abuso, discriminación de género, violencia familiar u otras expresiones de patologías sociales y familiares, serán un caldo de cultivo para que en su vida adulta reproduzca los mismos males que ha vivenciado. Si medimos la educación sexual en términos de resultados concluimos que aun queda mucho camino por recorrer. Los indicadores de desajuste personal y social, son el producto de factores multicausales que se agravan ante una inadecuada intervención familiar. Ejemplo de ello son enfermedades de transmisión sexual, abortos, embarazos en adolescentes, madres niñas, familias monoparentales, aumento de prostitución infantil, violencia, abuso sexual, etc. La lista es muy vasta. Esto motiva a buscar brechas que faciliten una correcta docencia con relación al tema.

Diversas ventajas sobrevienen a partir de una educación sexual que tiene una participación positiva de los padres:

  1. Si un menor maneja suficiente información, no la buscará en otras fuentes como la pornografía, medios de comunicación, de sus pares, etc.
  2. Hablar de sexualidad con los hijos es demostrarles que la misma es un aspecto normal de la vida humana. Esta es una forma de desmitificar la sexualidad, ella forma parte de la cotidianeidad.
  3. La educación sexual está atravesando una importante crisis.

La información sexual que proviene de profesionales o docentes especializados está siempre sesgada por la filosofía de quien lo imparte y es natural que puedan tener una manera de pensar distinta de la que tienen los padres. Cuando éstos imparten información sexual están transmitiendo valores que según entienden son los mas apropiados para sus hijos. Nuestra intervención adecuada impide que los menores estén a merced de vientos y tendencias que los confundan.

Tomado del libro: «Algunas consideraciones sobre el Rol de los Padres en la Educación
Sexual de sus Hijos»
de Jorge Patpatian


¿Por qué sufren los cristianos?

21 agosto 2009

Quisiera, con la ayuda del Señor, compartir hoy algunas cosas relacionadas con los padecimientos o los sufrimientos que un cristiano tiene, intentando delante del Señor buscar algunas razones por qué sufren los cristianos.

No pretendemos decir todo en un mensaje, encontrar todas las causas, todos los porqués; pero algunas cosas quisiéramos exponer, de lo que el Señor nos ha mostrado en este último tiempo, para que estemos apercibidos, para que sepamos cómo enfrentar las dificultades cuando vienen.

La santidad encarnada

Vamos a comenzar viendo algunos versículos en 1ª de Pedro 1:15-16: «…sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo».

¿Qué tiene que ver esto de la santidad con el sufrimiento de los cristianos? El Señor dice: «Yo soy santo». Nosotros sabemos que Dios es santo; nosotros cantamos una canción que dice: «Santo, santo, santo». Los ángeles también cantan esa canción. En los cielos hay alabanzas por la santidad de Dios.

Pero también dice: «…como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir». El camino de la santidad nos produce muchas veces dolor, sufrimiento. Como un hermano ha dicho, si queremos caminar con Dios, tenemos que hacerlo a su manera, no a nuestra manera. Dios no se acomoda a nuestra manera de vivir; somos nosotros los que tenemos que acomodarnos a la manera de Dios.

Y en nosotros no mora el bien; en nosotros está el pecado. Desde que Adán cayó, toda la raza humana cayó, y es esclava del pecado. El Señor Jesucristo vino para darnos vida, para darnos libertad. ¡Bendita es la obra del Señor Jesús en la cruz! El Señor Jesús nos justificó, según Romanos 5, y según Romanos 6 nos santificó, y según Romanos 8 nos glorificó. Qué preciosa enseñanza, qué preciosa realidad encontramos en Cristo.

Pero, hermanos, el hecho de que el Señor nos haya santificado al morir en la cruz, juntamente incluyéndonos a nosotros, el viejo hombre, esa santidad de la cual se habla allí es una santidad imputada, una santidad atribuida. «Él es santo y él nos santifica», dice en otra parte la Escritura.

Pero, para que esa santidad de Dios pueda encarnarse, pueda verse en nuestra vida, ahí hay un motivo de sufrimiento, porque nosotros, a buenas y a primeras, no vamos a acomodar nuestro paso al paso de Dios. Sabiendo que él es santo, nosotros vamos a querer conservar todavía algunas viejas maneras de ser, algunas viejas maneras de vivir, y vamos a querer seguir llevando con nosotros muchas cosas que el mundo hace, que el mundo dice.

Eso puede suceder durante algún tiempo. Podemos vivir la vida cristiana dos, tres, cuatro años, cinco años, y a nosotros nos parece que es posible vivir así, diciendo: «Tú eres santo, santo, santo», y nosotros viviendo de una manera «pecaminosa, pecaminosa, pecaminosa».

Puede pasar algún tiempo en que eso sea así; pero puede llegar y debe llegar un día en que Dios nos dice: «A ver, un momentito, tú dices que yo soy santo, y que yo soy tu Padre. A ver, acomodemos un poco tu vida, hagamos algunas adecuaciones en tu vida, para que tú, cuando me digas que yo soy santo, eso salga de una boca que es santa, y proceda de una vida que es santa». No sólo esta santificación atribuida o imputada, de que porque él es santo nosotros somos santificados en él. No, sino que nosotros seamos transformados en santidad; es decir, la santidad impregnada, personificada, en nosotros.

Ustedes conocen esa palabra que dice: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». Y Verbo se puede traducir como Palabra. Entonces, podemos decir también ese versículo así: «En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios». Y leyendo más abajo en el versículo 14 de ese mismo capítulo dice: «Y aquel Verbo fue hecho carne». Es decir, «la Palabra se hizo carne». Eso se dice del Señor Jesús.

Pero, he aquí, hermanos, un gran acontecimiento tiene que suceder en nosotros también. «La Palabra se hizo carne». En ti y en mí, la Palabra tiene que hacerse carne.

En el caso del Señor Jesús, primero estaba la Palabra, porque él era eternamente la Palabra, y luego se hizo carne. En nosotros, al revés, primero somos carne, y después recibimos la Palabra, y nos transformamos de acuerdo a esa Palabra, de tal manera que nosotros seamos también una Palabra encarnada.

Cuántas cosas estamos creyendo nosotros, confesando, sin que eso sea vida, sin que eso esté encarnado en nosotros. Cuando el Señor, en un momento dado, nos muestra cuántas cosas yo digo que no están encarnadas, eso produce una sensación muy grande de dolor, de vergüenza.

Participar de su santidad

Hebreos 12:10: «Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad». Dice aquí que el Padre nos disciplina para que participemos de su santidad.
Ahora, quisiéramos destacar la palabra ‘participemos’. ¿Qué significará ‘participemos’? Para que nosotros participemos de su santidad. ¿Significará algo así como ‘conocer’? ¿Para que ‘conozcamos’ de su santidad? No. ‘Participar’ tiene que ver con la vida, algo práctico.

En realidad, participar de su santidad es llegar a ser santo como él es santo. Pero eso, no en doctrina, hermanos, no en conocimiento bíblico, sino en nuestra carne, nuestra alma. Entonces, he aquí una causa, un motivo de dolor y de aflicción.
En el Salmo 39, hay un versículo que es dolorosamente real. Dice: «Con castigos por el pecado corriges al hombre, y deshaces como polilla lo más estimado de él». Aquí está de nuevo la disciplina. La disciplina viene como una corrección por el pecado. Pero luego dice: «…y deshaces…». O sea, junto con corregir por el pecado, dice que deshace como polilla lo más estimado de él. Y eso produce dolor.

¿Qué cosas el Señor está deshaciendo en nuestras vidas? Cosas estimadas, cosas valoradas; cosas que nos producen satisfacción, nos producen orgullo. El Señor deshace todo eso. El camino de la santidad es un camino doloroso.

No estamos hablando aquí, como digo, de la doctrina, de la enseñanza de la santidad, sino de la vivencia, de la encarnación de la santidad en nosotros. Entonces, en un profeta se dice: «¿Andarán dos juntos si no estuvieren de acuerdo?». El Señor nos dice: «El que quiere ser mi discípulo, tome su cruz y sígame». Ya seguimos al Señor Jesús, pero, ¿de qué manera lo seguimos, a la manera nuestra o la manera suya, con las normas nuestras o con las normas suyas? El Señor nos dice: «O andas a mi manera, o no andamos juntos. O tú cambias… Yo no voy a cambiar para acomodarme a ti». Esto es fuerte.

Un hermano dice: «Las condiciones para tener compañerismo con Dios no son fáciles; son severas». Por ejemplo, es necesaria una verdadera separación del mundo. No podemos marchar nosotros al son de dos melodías – la melodía del mundo y la melodía del evangelio. Y las melodías del mundo son muy seductoras. No podemos ir con Cristo y, al mismo tiempo, ir con todas las demás cosas que cargamos o traemos del mundo.

La exigencia del Señor Jesús trae una gran perturbación al corazón, trae un momento de ‘impasse’ muy fuerte. Puede haber un momento en que no entendemos nada qué está pasando. Aparentemente, lo he hecho todo bien; aparentemente, todo está normal. Pero por dentro hay un verdadero temporal; en el corazón, hay un terremoto. El día se nubló. «¿Qué pasa, Señor?».

Puede pasar algún tiempo, algunos días, semanas, a veces, meses. Puede ser que no entendamos qué pasa, hasta que de pronto el Señor nos empieza a dar luz acerca de cuantas cosas tienen que ser removidas en nosotros. Y el Señor nos dice: «Si quieres caminar conmigo, tienes que hacerlo a mi manera, bajo mis principios, según mis normas; porque yo soy santo».
«Señor, pero, a ver, ¿en qué punto exactamente está mi problema?». Y el Señor parece que guarda silencio, no nos aclara de inmediato cuál es el punto. Y pasan otros días de desconcierto, de dolor, de angustia. Y de repente, el Señor muestra una pequeña cosita, y después otra cosa. Cómo quisiéramos entonces que el tiempo transcurriera rápido, y que el Señor nos dijera de una vez todo lo que quiere decirnos, todo aquello en que le estamos ofendiendo, todo aquello en que su santidad no es satisfecha en nosotros. Pero a veces suele pasar un doloroso tiempo de espera.

¿Cómo nos hace partícipes él de su santidad? La santidad es dolorosa. Veamos 1ª Juan 1:9: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad». Por mucho tiempo este versículo no lo había entendido con mayor profundidad, porque me parecía que «perdonar nuestros pecados» y «limpiarnos de toda maldad» eran cosas sinónimas. Pecado y maldad, perdonar o limpiar, era como lo mismo. En la traducción que nosotros usamos no está muy claro el sentido original, pero en otras traducciones está mejor. Como ésta: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y purificarnos de toda iniquidad». La Biblia de Jerusalén dice: «…y purificarnos de toda injusticia».

Entonces, aquí está más clara la diferencia; son dos trabajos distintos que hace el Señor. Por un lado, si nosotros confesamos nuestros pecados, él perdona nuestros pecados en virtud de la sangre de nuestro Señor Jesús. Esa es una cosa. Pero lo otro es purificarnos de toda iniquidad. La purificación tiene que ver con la depuración; nos trae a la mente un horno con un metal -el oro, por ejemplo- que es sometido a altas temperaturas para ser depurado, limpiado. Porque nosotros, de acuerdo a la primera parte de este versículo, podemos ser perdonados de nuestros pecados, pero seguir pecando otra vez, y otra vez, y otra vez.

Pero si el Señor nos purifica de nuestra iniquidad, es otra cosa diferente, es un trabajo distinto. Y ese trabajo de la purificación de la iniquidad no es un asunto de decirlo: «Ya, te purifico de la iniquidad». Cuando alguien perdona a otro, dice simplemente: «Te perdono». La palabra es suficiente. Pero la purificación implica un proceso. Cuando somos perdonados, estamos felices, porque nuestro pecado es perdonado. ¡Gracias, Señor, quedamos libres! Pero cuando somos purificados, eso trae dolor, trae angustia, sufrimientos. Cuando somos perdonados, no somos cambiados. Pero la purificación trae una transformación.

Para perdonar, basta una palabra; para purificar, se necesita el fuego de la aflicción. Por eso, David decía: «Purifícame, y seré limpio». Pero no es asunto de este pecado que tenía que ser perdonado, cuando él pecó contra Dios en lo referente a Betsabé. Lo que David necesitaba no sólo era el perdón; era una transformación, para no volver a hacerlo.

En Zacarías 13:9, hay una palabra profética que tiene que ver con esto. Dice: «Y los meteré en el fuego, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro». Probar el oro, purificar el oro, someterlo a las temperaturas más altas, para que salga toda la impureza.

Amados hermanos y hermanas, pudiera ser que nosotros hemos sido perdonados de nuestros pecados una y otra vez. Pero ese perdón de nuestros pecados nos puede hasta convertir en un poco insensibles al pecado. Total, la sangre está disponible, hay perdón en la sangre del Señor. Pero, ¡cuidado!, que también con eso, junto con eso, llegará un momento en que el Señor nos purificará de nuestra iniquidad, y eso es doloroso. ¿Para qué? «…para que participemos de su santidad».

Dios utiliza al diablo para tratar con nosotros

Hay también otro motivo de dolor, de aflicción para los cristianos, y tiene que ver con el diablo. Fíjense que, al menos en tres partes, la Escritura es muy explícita al decir que Dios utiliza al diablo para tratar con nosotros. Es como que Dios autoriza al diablo para tratar con nosotros. Claro, nosotros, como creyentes, sostenemos – y es la verdad – una verdad fundamental para nosotros, creemos que el Señor Jesús venció al diablo, que es un enemigo derrotado.

Pero, cuando Dios utiliza al diablo para herirnos, para tratarnos, entonces pareciera ser que el diablo tiene mucho poder, y que aunque nosotros pidamos socorro al Señor, el Señor no nos socorre, parece que todo se confunde: la proclamación no tiene fuerza, el nombre del Señor parece que no tiene poder. El enemigo viene, y con fuerza. ¿Cómo se entiende eso?

¿Se acuerdan en el primer capítulo de Job? Miren lo que dice. Aquí Satanás habla con Dios, y le dice: «¿Acaso teme Job a Dios de balde?». En el versículo 9. «¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano…». Aquí Dios autoriza al diablo para que toque todo lo que Job tenía. Y de pronto, de un día para otro, Job pierde no sólo sus bienes, sus animales, sino sus hijos.

El Señor Jesús, en Lucas 22:31-32 dice: «Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte». Satanás pidió a Pedro para zarandearlo y, ¿cuál fue la respuesta del Señor a Satanás? ¿Sí o no? ¡Sí! «Sí, te autorizo». Dice: «Yo he rogado por ti, que tu fe no falte». O sea, el Señor no dice: «Yo he rogado por ti para que no seas zarandeado». ¿Verdad que no dice así? Dice: «…para que tu fe no falte». Para que, en medio del zarandeo, tu fe no falte.

Ahora, hay un tercer caso en 2ª Corintios 12:7-9. Dice: «Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera; respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo».

¿Qué pasó aquí? Dios permitió que, de parte de Satanás, hubiera alguien -un demonio, seguramente, o alguna cosa – que abofetee a Pablo. Fíjense lo que significa abofetear a un siervo de Dios. Y Pablo dice: «Por favor, quita al que me abofetea». Y el Señor dice: «No». Aquí está de nuevo Satanás, siendo usado por Dios para tratar con sus siervos.

Ahora, intentemos por un minuto, saber por qué razón Dios permitió que Job fuera tocado; por qué era necesario que Pedro fuera zarandeado, y por qué era necesario que Pablo fuera abofeteado.

Si miramos a los dos primeros, a Job y a Pedro, vemos que se parecen en varias cosas. Primero, ambos sobresalían entre sus iguales. Segundo, ambos tenían ascendiente sobre los demás; es decir, eran personas que estaban ubicadas en un sitial como de liderazgo. Job era una persona respetada en su tiempo, todos los hombres de su época lo admiraban. Pedro, entre los discípulos, era el más prominente. Tercero, ambos tenían un gran concepto de sí mismos. Cuando Job hace uno de sus discursos por ahí, en uno de los capítulos de su libro, habla maravillas de sí mismo. Y Pedro, cuando dice: «Aunque todos se escandalicen de ti, yo no me escandalizaré de ti; todos podrán hacerlo, pero yo, no». Tenían un alto concepto de sí.

Yo me imagino al Señor viendo a Job, viendo a Pedro; escuchando a Job, escuchando a Pedro, hasta que llega el día en que dice: «Yo a estos dos no los soporto más. ¡Son tan petulantes, son tan presumidos! Ellos no se conocen a sí mismos. Voy a permitir que el diablo los toque, para que quede en evidencia lo que ellos verdaderamente son».

Y entonces, después de todo lo que pasa con Job – que llegó a estar enfermo de una forma horrible, que aun su esposa lo menospreció y le habló duramente – Job llega a humillarse hasta el polvo, hasta las cenizas, y dice: «Señor, yo no te conocía, mas ahora mis ojos te ven. Yo pongo la mano en mi boca para no hablar más necedades. Pongo la mano en mi boca para no hablar delante de ti. Soy un necio».

Y Pedro. ¿Se imaginan esos tres días, mientras el Señor estuvo en la tumba? ¡Cuántas cosas Pedro habrá pensado! ¡Cuántas cosas se habrá lamentado! Por eso, Pedro, después, cuando viene de vuelta, el Señor le dice: «Tú, Pedro, ¿me amas?». Y Pedro le dice: «Sí, Señor, yo, yo te aprecio». «Pedro, ¿me amas». «Señor, yo te estimo». «Pedro, ¿me amas?». «Ah, Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes que yo te estimo». Nunca Pedro se atreve a decirle ahí: «Yo te amo».

En esta versión que nosotros usamos, la Reina-Valera dice: «Yo te amo». Pero en el griego no es la misma palabra; es otra palabra menor, como cuando nosotros decimos: «Yo te estimo, yo te aprecio». Pedro no se atreve ni siquiera a decirle: «Señor, yo te amo», porque recién lo había negado.

Después del zarandeo, Pedro fue otra persona. Entonces, claro, Dios es todopoderoso. El diablo es poderoso; pero el Señor es todopoderoso. Y el diablo, a veces, sin darse cuenta, pero sin poder evitarlo, sirve a los propósitos de Dios, para nuestro bien. Claro, cuando Dios le permite al diablo que zarandee a Pedro, Satanás se va con todo, no sólo para zarandearlo, sino para destruirlo. Porque el diablo quiere destruir. Sin embargo, allí está el límite que Dios le pone.

Dios siempre le pone un límite al diablo cuando trata con nosotros. Por eso, respecto a Job, le dice: «Toca todo lo que él tiene, pero a él no lo toques». Y después, cuando se trata de Pedro, el Señor dice: «Yo he rogado por ti, para que tu fe no falte». Es decir, junto con Dios permitir aquello, él mismo le pone límite, para que no lo destruya, porque si no, nos destruiría. Pero, ¡bendito sea Dios!, él tiene todo poder.

Y aun estas experiencias dolorosas de las cuales estamos hablando son permitidas por el amor de Dios. Todo lo que Dios hace con nosotros, lo hace por amor. Él nos conoce tan bien, él sabe que no hay otra forma para ser purificados, a no ser el fuego de la aflicción, el fuego de la angustia.

Hermanos, en estos días hemos sabido de muchos hermanos y hermanas que están pasando por aflicciones, por pruebas, por tribulaciones. Estamos aquí intentando encontrar algunas causas, algunas razones de por qué sufren los cristianos.

Hemos hablado de que nosotros tenemos que ser hechos santos, transformados en personas santas, y hemos dicho que, para eso, no sólo nuestros pecados tienen perdonados, sino que nosotros tenemos que ser purificados de toda iniquidad. Estamos diciendo aquí que a veces Dios permite que Satanás nos toque. Todas estas cosas pueden suceder.

En el caso de Pablo, él fue abofeteado. Claro, Pablo había recibido tantas bendiciones espirituales, que él podría considerarse un ‘súper cristiano’. «¿Quién ha estado en el tercer cielo? ¿Quién tiene la revelación que yo tengo», podría decir Pablo. Y podría decirle a un hermano pequeño: «Y tú, ¿quién eres para que me hables a mí así?».

Entonces, Dios le envía a alguien que lo abofetee. Y una bofetada, ustedes saben, no sólo es dolorosa; sino, más que eso, es vergonzosa. Cuando una persona es abofeteada, yo creo que lo que más le duele es la vergüenza de haber sido abofeteada. ¡Y Pablo era abofeteado! Pero él había aprendido a caminar con ese aguijón, de tal manera que dice: «Me glorío en las dificultades, me glorío en las angustias, me glorío en los golpes que recibo; porque cuando soy débil, cuando soy humillado, cuando soy avergonzado, entonces soy fuerte».

Ahora, aquí hay un asunto importante que tenemos que decir. Hay una parte de la Escritura en que nos dice que nos humillemos bajo la poderosa mano de Dios, que él nos exaltará cuando fuere tiempo. Y dice también que nosotros debemos resistir al diablo.

Aquí hay algo que tenemos que aclarar. Cuando estamos pasando por este tipo de aflicciones, por este zarandeo, cuando sentimos que el enemigo nos hostiliza, nos rodea por todas partes, ¿nos dejaremos llevar para que haga todo lo que quiera con nosotros? ¡No! Nosotros tenemos que, de acuerdo a esta Palabra, someternos, humillarnos bajo la poderosa mano de Dios, y luego, cuando eso ocurra, recibiremos la gracia, la fuerza para resistir al diablo. Aceptamos lo que viene de Dios, en humillación, en sometimiento; pero tenemos que estar atentos para que el diablo no se aproveche de nuestra debilidad.

Someternos a Dios – ahí está la clave. Si nos sometemos a Dios, nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios, diciéndole: «Señor, tú eres justo, tú eres santo. Este dolor que me ha venido, esta aflicción que estoy sufriendo, la merecía, Señor. Veo que es necesaria para mí. Veo que este horno de aflicción era preciso que lo viviera. Señor, yo me humillo delante de ti; no tengo quejas, Señor, no tengo reclamos». Eso es humillarse bajo la poderosa mano de Dios. Y estar ahí, en silencio, esperando con paciencia, hasta que la tempestad amaine, hasta que el Sol de justicia se levante.

Escandalizarse del Señor

Aquí hay, entonces, algunas explicaciones al dolor, al sufrimiento. Pero, para terminar, quisiera referirme a otra clase de sufrimiento, que no tiene una muy clara explicación. Veamos Mateo 11:2-6:

«Y al oír Juan, en la cárcel, los hechos de Cristo, le envió dos de sus discípulos, para preguntarle: ¿Eres tú aquel que había de venir, o esperaremos a otro? Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí».

Juan está en la cárcel. Y vemos a Juan aquí, que, por primera vez en su ministerio tan fiel, tan exitoso, él tuvo una duda. Fíjense qué cosa extraña: la duda no la tuvo Juan al comienzo de su ministerio, sino al final. He aquí una debilidad de Juan. Y le envía a preguntar al Señor: «¿Eres tú aquel que había de venir?». Y Juan se olvida que él mismo había dicho: «Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».

Tan grande es su turbación; tan grande es la tempestad que se le vino encima a Juan, que él llega a dudar que ese Jesús sea el Cristo. ¿Quién puede entenderlo? Entonces, ¿qué es lo que hace el Señor para darle la respuesta a Juan? Sana a los ciegos, a los cojos los hace andar; hace un montón de milagros allí, en presencia de los mensajeros de Juan, y les dice: «Vayan a Juan y díganle, cuéntenle. Y díganle. «Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí». ¡Extrañas palabras!

Juan está en la cárcel. Él ha predicado que Jesús vendría con poder, para limpiar su era, para guardar el trigo en el granero y para quemar la paja. Él ha predicado que Jesús vendrá como libertador, lleno de juicio. Y aquí ve a Jesús sanando enfermos, ¡y él, Juan, su siervo fiel, está en la cárcel! Jesús no lo va a ver, Jesús no lo va a consolar. Juan podía decir: «Jesús liberta a los cautivos… y a mí no me liberta».

Este es un punto que también puede sucedernos a nosotros. En algún momento de nuestra vida nos sentimos como encarcelados. «El Señor hace milagros por doquier, pero a mí no me mira, ni me escucha, ni se acuerda de mí. Estoy en la cárcel». ¿Cómo explicamos eso?

Las palabras del Señor a Juan –«Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí»– significan esto: «Bienaventurado es el que no se ofende conmigo, el que no se enoja conmigo, el que no tropieza en mí».

Hay momentos en la vida de un cristiano en que las oraciones parecen no ser respondidas. Y eso produce cansancio, produce desesperanza, desaliento. Y entonces, aun en el corazón de un fiel cristiano, pudiera levantarse una queja contra el Señor. «Todos los demás reciben bendición; yo no. ¿Qué te pasa conmigo, Señor? ¿Por qué me tratas así? ¿No eres compasivo, no eres tierno, no eres misericordioso? ¿No levantas tú al caído? ¿Y yo, Señor?».

Dice el Señor: «Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí», dando a entender con eso que no son muchos, no son todos, los bienaventurados. Es decir, da a entender que hay mucha gente que tropieza en Cristo, que se escandaliza de él, que se vuelve atrás y no quiere seguirlo más. Porque él es muy exigente; porque a veces, cuando pedimos una cosa, el Señor nos da otra. Le pedimos paz, y parece que nos da aflicción; le pedimos paciencia, y vienen problemas. Queremos acercarnos a Dios -¿le ha pasado a usted?- y comienza una multitud de problemas, como si él no nos escuchara, como si él no quisiera que le sirviéramos.

Muchas victorias se obtienen lenta y dolorosamente. ¿Por qué, si él tiene todo poder? El podría hacer así, y este vicio que yo tengo podría ser quitado… Sin embargo, ¡es tan lentamente la forma en que yo obtengo la victoria y con tanta dificultad! Las respuestas de Dios son lentas, a veces demasiado lentas.

Y los silencios de Dios… Usted ha orado por la conversión de sus seres queridos, de algún hijo, de algún nieto. Pero ahí él está, duro, como siempre – o peor que nunca. El Señor guarda silencio. ¿Nos escandalizaremos con él? Diremos: «Señor, por favor, ¿hasta cuándo? ¿Eres o no Dios poderoso? ¿Tienes poder o no para libertar?». Y el Señor guarda silencio. Usted oró, buscando alivio de alguna angustia, y no hay alivio. Parece que la carga es más pesada que antes. Entonces, en esas condiciones, ser leal a Cristo, es cansador, fatigoso.

Algo parecido ocurrió con las hermanas de Lázaro. El Señor estuvo varios días lejos, y Lázaro enfermo. Y Lázaro muere, y él llega después. «Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto». El Señor parecía que estaba distraído. «Está ocupado en tantas cosas; a mí no me ve, no me escucha. Parece que tienes algunos ‘regalones’, y yo no soy regalón de él».

Cuando nosotros oramos, a veces el Señor dice «Sí», y a veces dice «No». A veces no dice nada. Pero, sobre todo lo que estamos diciendo, por encima de todo lo que estamos diciendo, él nos ama, y su amor por nosotros es doloroso también. Porque el que ama, sufre. «El amor es sufrido». Él sufre por nosotros, con nosotros. Porque él nos ve sufrir, y él sufre, pero él sabe que no hay alternativa para nuestro sufrimiento.

Él dice: «Hijo, yo no puedo evitarte el sufrimiento, porque es a través de este sufrimiento que tu oración va a ser contestada». Porque nosotros habíamos orado: «Señor, quiero convertirme a ti de todo corazón, quiero servirte de todo corazón, quiero amarte de todo corazón. Transfórmame a tu imagen». Y cuando el Señor empieza a contestar la oración, lo hace a través de esto, a través de estas aflicciones. Porque esa es la manera como somos transformados. Esa es la manera, ese es el «Sí» de él muchas veces.

A veces, una oración no respondida es la mayor bendición para nosotros. La razón de sus «No» es enriquecernos, y no empobrecernos; la razón de su silencio es transformarnos, y no destruirnos. Sus propósitos son más altos; no los alcanzamos a ver. Las respuestas del Señor son más grandes que nuestras peticiones. Austin-Sparks dice: «Las palabras del Señor son como plata; pero sus silencios son como oro».

Si usted nunca ha pasado esta clase de aflicción, no va a entender de qué estoy hablando, y puede parecer que este mensaje no tiene mucho sentido. Pero si usted ha vivido algo de esto, sabrá de qué estamos hablando. Sus silencios no tienen una explicación, muchas veces. Pero el Señor nos dice: «Bienaventurado eres si no te ofendes conmigo».

¿Estamos ofendidos con él, porque él no nos ha respondido, porque él no nos ha socorrido a tiempo? ¿Estamos ofendidos con él? ¿Estamos como con un resquemor en el corazón, como con un desánimo? Decir: «No, no sigo más, no puedo más. La vida del mundo es tan fácil, es tan placentera. O, incluso, hay mismos cristianos que parece que nunca viven lo que yo estoy viviendo. No me comprometo más, no me consagro más… ¡Puros problemas!».

Si nosotros tenemos esa actitud, significa que estamos ofendidos con él, significa que estamos tropezando en él, que nos estamos escandalizando en él. Y él le dijo a Juan: «Bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí». Es como si el Señor nos dijera: «Mira, yo soy el Señor; yo sé lo que tengo que hacer. No me pidas explicaciones».

Oh, a veces podemos decir: «Jesucristo es el Señor». Fácilmente decirlo. Pero, ¿sabe lo que significa decir eso? Significa decir que él tiene toda la autoridad en nosotros para hacer y para no hacer. Decir: «Tú eres santo, santo, santo», puede costarnos un gran precio en algún momento dado. Porque él no permitirá para siempre que nosotros le digamos eso a él, y que no seamos santos en toda nuestra manera de vivir. ¡El Señor tenga misericordia de nosotros!

Les leo un pensamiento de David Wilkerson para terminar. Dice: «La parte más difícil de la fe es la última media hora, justo antes de cuando Dios te va a responder. Cuando estamos a punto de renunciar, o de escandalizarnos, Dios comienza a actuar». Amén.

Escrito por: Eliseo Apablaza

Fuente: http://www.aguasvivas.cl/centenario/sufren.htm


Valor para marcar la diferencia

11 agosto 2009

“..Pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros…”

Fil. 2:20

En el capítulo 2 de la Carta a los Filipenses, el Apóstol Pablo nos presenta varios ejemplos. En primer lugar, de los versículos 5 al 11, nos presenta el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, En segundo lugar, en el versículo 17, Pablo nos habla de su ejemplo personal, y nos dice que estaba dispuesto a cualquier sacrificio para seguir adelante en su ministerio. Y en tercer lugar, (versículo 19 en adelante) Pablo nos habla del ejemplo de 2 colaboradores suyos: Timoteo y  Epafrodito.

Acerca de Timoteo, Pablo afirma: “a ninguno tengo del mismo ánimo y que tan sinceramente se interese por vosotros” (vs. 20), “pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio” (vs. 22). Por otra parte, Pablo dice acerca de Epafrodito: “mi hermano y colaborador y compañero de milicia, vuestro mensajero y ministrador de mis necesidades” (vs. 25), “porque él tenía gran deseo de veros a todos vosotros” (vs. 26), “porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí”.

En nuestra sociedad actual,  donde predominan  el egoísmo, la auto – exaltación y el provecho personal, la Palabra de Dios nos presenta el testimono de siervos de Dios, que son ejemplos para nosotros. Por supuesto que nuestro mayor ejemplo es del Señor Jesucristo, quién lo dejó todo y se humilló a sí mismo por causa de nuestro pecado, y  fue “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (vs. 7 -8).  Pero también vemos el ejemplo de hombres como Timoteo y Epafrodito. Mientras la actitud de otros pudo ser el conformismo, la indiferencia, la auto – complacencia o el desanimo,  estos colaboradores de Pablo, tuvieron el valor para marcar la diferencia.

Eso mismo quiere Dios de nosotros. Dios quiere que seamos creyentes que tengamos el valor de marcar la diferencia.

PUNTO DE ACCIÓN:

¿Qué habla a nuestra vida el ejemplo de estos siervos de Dios?. ¿Estamos marcando la diferencia, en el hogar, el trabajo, nuestro lugar de estudio, en el ministerio, en la iglesia?


La sabiduría del necio lo conduce a la destrucción

8 agosto 2009

Cuantas veces en nuestros días, encontramos personas que tratan de involucrarnos en su estilo de vida, invitándonos a que participemos  de actividades que ensucian  el nombre de Cristo y ponen en duda nuestro testimonio y comunión con el señor.

Las palabras sobran cuando se trata de llamarnos y pedirnos  que apoyemos sus costumbres, incluso  se arman de diálogos necios para que por medio del debate y los argumentos cedamos y demos nuestro brazo a torcer, dando cabida a la tentación y a el pecado.

Ante esto, debemos tener muy en claro nuestras convicciones y saber  frenar a nuestros “amigos” o conocidos inconversos  que son de tropiezo para nuestro crecimiento espiritual, dice la biblia: “Pero gracias a Dios que, aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina que os transmitieron y libertaos del pecado vinisteis a ser siervos de justicia.”Romanos 6: 17-18.

Nuestro deber primeramente se divide en dos puntos: 1) Desistir de dichas prácticas: si somos libres del pecado  no debe existir atadura que nos obligue a permanecer en lo mundano y a ser participes de vanidades que serán juzgadas en su momento de acuerdo con lo dice el libro de Eclesiastés. 2) Predicar el evangelio: a nosotros  como cristianos, no se nos sugiere, es una orden el hacerlo,  para que el inconverso  sea salvo, no por su filosofía sino por la fe y sabiduría de Dios, a como lo dice Mateo 28: 19- 20.

Recordemos algunos detalles  que a más de uno  pondrán a pensar y les hará reflexionar sobre sus vidas o la de sus allegados: “Andemos como de día, honestamente, no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y libertinaje, no en contiendas ni envidia, al contrario vestíos del señor Jesucristo y no satisfagáis los deseos de la carne” Romanos 13: 13-14.

Pero el necio, ¿cómo podría ser sabio y contender contra nuestras bases cristianas en la fe en el Señor? Para esto necesitamos dedicarle tiempo a la lectura de la Biblia, lo ideal es dividirla por temas, anotarlos en un cuaderno y memorizar versículos, o por lo menos  saber ubicarlos en las sagradas escrituras para con bases, hacer callar a  quienes se excusan del pecado para que nosotros también pequemos y aprobemos su proceder: “Así como tú no sabes cual es camino del viento ni cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así también ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas” Eclesiastés 7: 10.

Hermano, debemos de ser persistentes en la fe, en la oración y en la evangelización, para que nuestra voluntad sea la de Dios y nos permita desistir de aquello que no edifica y que menosprecia el sacrificio de Dios, siendo honestos con nosotros mismos (Pero el hombre natural  no percibe las cosas que son del espíritu de Dios, porque para él son locura y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” 1 Corintios 2: 14

Compartido por un buen amigo, Francisco Contreras.


Un Noviazgo a la manera de Dios

7 agosto 2009

Estaremos compartiendo un tema muy especial, cómo conducir el noviazgo como Dios manda, este tema es un extracto del libro «El Joven y sus dilemas» de Winkie Pratney. Compartiremos principios de como llevar un noviazgo cristiano.

CONDUCE TU NOVIAZGO COMO DIOS MANDA

Miles y miles de parejas se divorcian todos los años. En los últimos años, más de tres millones de personas se dieron por vencidas y rompieron los lazos matrimoniales. En algunos lugares hay más divorcios que matrimonios cada semana. Los hogares se están desintegrando. Las madres están abandonando la lucha y los padres están desertando.

Por cada hogar que se destruye mediante el divorcio y la separación, hay niños que aprenderán lo que significa estar heridos y cómo odiar. Cada uno de estos muchachos querrá de algún modo vengarse de este mundo. Tal vez ésa sea la razón por la cual, durante el tiempo que empleas para leer este capítulo, centenares de personas serán robadas, violadas, golpeadas, aporreadas y asesinadas por los hijos de esta clase de hogares. Tal vez puedas comprender por qué Dios está interesado en lo que respecta al matrimonio.

Algunas personas brillantes han salido con una solución igualmente brillante: Si los matrimonios son tan confusos, ¿por qué no «descartar» todo el asunto? ¿Por qué no echar simplemente el matrimonio por la borda? ¿Por qué no viven los dos simplemente a manera de prueba, y si no logran entenderse, se separan, sin que queden vínculos ni responsabilidades?

Esto tiene tanto sentido como ponerle una puerta de malla a un submarino. Hay otras ideas que son casi tan brillantes como ésta, como la de declarar fuera de la ley las cárceles por cuanto a muchas personas les gusta una vida de crimen, o la de prohibir los puentes por el hecho de que las personas saltan de ellos algunas veces, o la de dejar de comer por cuanto algunas personas son glotonas. No hay nada malo en el matrimonio. Pero éste, como un juego, o como la misma vida, tiene normas. Cuando se quebrantan las normas, realmente no es divertido. Eso es el fin del juego. Para algunos, eso también ha significado el fin de la vida.

Hoy tenemos más libros que tratan sobre el sexo que nunca antes. Tenemos más información en cuanto a cómo comportarnos en el matrimonio, más datos para ser sexualmente modernos. Pero hemos dejado de lado las leyes de Dios, ¡y estamos pagando un precio trágico por ello! Al oir hablar a algunas personas, pensarías que Dios se opone a la actividad sexual. Pero esta idea fue de Dios; él la inventó, y sabe cómo se debe llevar a cabo.

Lo sexual es precioso, y como todas las cosas preciosas, no hay que usarlo con demasiada frecuencia, sino atesorarlo para momentos especiales. Tienes que aprender a usar su poder dentro de los controles de Dios y a preservar su belleza, pues de lo contrario volverás a entrar en las filas de los solitarios y amargados, y obtendrás como cosecha un matrimonio destrozado, un hogar desbandado, una vida quebrantada y un corazón abatido.

Dios nos hizo diferentes. Tomó a Eva del costado de Adán, y desde entonces ha estado cerca de él; nunca ha estado lejos de su corazón ni de su lado. Las relaciones maravillosas posibles entre un hombre y su esposa son pequeños reflejos de la felicidad que Dios planeó para nosotros. Las amistades humanas no son ni una sombra de la amistad que podemos tener con Dios. Debes saber las diferencias que Dios colocó en nuestras personalidades para que sepas cómo cortejar de la manera que le agrada a Dios.

Físicas. Aparte de las completamente obvias diferencias sexuales, Dios hizo a la mayoría de los hombres físicamente más fuertes que las mujeres. Sé que hay excepciones; ¡sé todo lo relativo a la mujer que pesa 180 kilogramos, es cinturón negro en karate y puede matar a un ciervo con su respiración! Pero, por lo general, Dios hizo al hombre más fuerte físicamente para que pueda proteger a su esposa y cuidarla.

Es verdad, por supuesto, que por algún tiempo, las muchachas crecen más rápidamente que los varones. Las niñas necesitan menos tiempo para convertirse físicamente en mujeres que los niños para convertirse físicamente en hombres. Cuando la mayoría de los varones están aún jugando a las canicas, andando en pandillas o volando cometas, las chicas ya están enamorándose desesperadamente de sus maestros. Esto significa que una muchacha puede tener cuerpo de mujer, pero mente de niñita. Esto puede hacer que las chicas tengan citas amorosas con jóvenes de más edad. Esto también las puede meter en dificultades, a menos que sepan lo que está sucediendo y se preparen para ello. Esa es la razón por la cual algunos padres se desesperan cuando descubren que su niñita es novia de un muchacho mayor que ella. Los padres tienen experiencia. Saben lo que está ocurriendo. Hay que oirlos algunas veces. Ellos pueden impedir que salgas por cuanto se preocupan por ti, o porque recuerdan algo de su propio pasado con mucho temor y pesar.

Mentales. Generalmente hay diferencias mentales entre los hombres y las mujeres. Eso no tiene nada que ver con la inteligencia. Se relacionan con la manera como Dios nos diseñó para usar nuestra inteligencia.

Ahora bien, esto es importante. Estas dos maneras básicamente diferentes de ver las cosas hacen que cada sexo sea superior al otro en el papel que Dios le ha encomendado. La mujer es superior al hombre en su manera de pensar cuando los problemas de la vida exigen un enfoque de inspiración, no programado ni estructurado. Ella les da color, sorpresa, asombro, aventura. El hombre es superior a la mujer cuando un problema necesita lógica, hechos, análisis, detalle para resolverlo. El da forma, estabilidad y estructura a la vida.

Si cada cual permanece en el papel que le corresponde, Dios podrá traer la máxima bendición a su compañerismo. A través de la Biblia a partir d e la creación Dios estableció un papel para cada uno de los sexos: el hombre tiene que dirigir,-«la mujer tiene que inspirar. Este es el patrón de Dios. Cuando hacemos aquello para lo cual fuimos diseñados, hallaremos la máxima felicidad en nuestra amistad mutua, en el galanteo y en el matrimonio.

Por cuanto a los hombres les corresponde dirigir, he aquí algunas reglas para que seas un hombre de pelo en pecho:

1. Sé ingenioso. La Biblia dice: » . . . sed . . . maduros en el modo de pensar» (1 Corintios 14:20). Si vas a ser la computadora, «procura con diligencia presentarte a Dios aprobado». A la mujer le gusta que el hombre del cual ella depende esté bien informado y sepa cómo funcionan las cosas.

2. Practica un deporte. Desarrolla tu cuerpo físico de tal modo que sea suficientemente fuerte para cuidarla a ella y protegerla. Escoge algún deporte que te guste, y luego, dedícate realmente a él. El ejercicio corporal es provechoso. Aunque tengas una apariencia endeble, haz lo mejor con lo que tienes.

3 . Sé un caballero. La Biblia nos dice que debemos ser corteses los unos con los otros, amarnos los unos a los otros con amor fraternal y en cuanto a honra, preferirnos los unos a los otros (ver Romanos 12:10). Ten cuidado con tus maneras de proceder. Dale a ella el respeto que le corresponde a una mujer de Dios. A la mayoría de las mujeres no les parece mal si son tratadas como princesas. Si somos hijos e hijas del Rey de reyes, debes tratar a tu chica como la princesa que es.

4. No digas mentiras. » . . . siguiendo la verdad en amor» (Efesios 4:15). Nunca hagas que una mujer piense que tú te preocupas más por ella que todos los demás, si eso no es cierto. No te atrevas a complacerte con alguna alucinación de poder sólo para sentir que alguna chica está bajo tu hechizo, aunque ella no signifique mucho para ti. Las mujeres se sienten fácilmente heridas. No lo olvides. Ningún hombre tiene el derecho de decirle a una chica: «Te amo»; a menos que esté dispuesto a decirle en el siguiente suspiro: «¿Te casarías conmigo?» Si no puedes decir la segunda frase, no digas la primera. No digas mentiras.

5. Sé un hombre de Dios. Si has de tener un epitafio sobre tu lápida sepulcral, esfuérzate porque sea éste: «Aquí yace un hombre de Dios». A menos que sepas amar a Dios y servirle íntegramente, nunca aprenderás la ternura, el cuidado y el interés que hacen que un hombre merezca ser líder, novio, y algún día, marido. Si vas a ser líder, sélo donde vale la pena: espiritualmente. Hermano, ponme atención ahora. No hay nada que valga más que tu andar personal diario con Jesús. Eso te ahorrará a ti y a la joven con la cual estableces amistad amorosa, aflicciones, dificultades e irreparables años perdidos.

Ahora, las jóvenes, que habrán estado diciendo muchos «amenes» a todo lo que he dicho para los varones, aquí tienen la lista que les corresponde para una vida de amor:

1. Si eres inteligente, no hagas alarde de ello. A ningún hermano le gusta ser relegado al lugar de «Carlitos», el personaje de la tira cómica. Dios no quiere que hagas el papel de una rubia, o una morena, o una pelirroja tonta; pero recuerda que a él le corresponde ser el líder, y a ti te corresponde la tarea de inspirarlo (ver Proverbios 31:26).

2. No parlotees. Hermana, he aquí un secreto. Si quieres hablar acerca de alguna cosa, pregúntale a él lo que piensa al respecto. Aprende lo que significa edificar a un hombre. con admiración. Esto puedes hacerlo simplemente haciendo unas pocas preguntas y oyendo mucho. No oigas sólo las palabras; oye al hombre que las está diciendo. Sonríe mucho, admira grandemente lo que él dice, y di poco. El te amará por esta actitud. Sé sencilla y honesta como un niño. Si estás pensando en serio acerca del matrimonio, habla acerca de tu relación con Dios, de los ministerios espirituales, de los posibles hijos, del hogar, de la economía y de los padres. Pero no hables sin ton ni son (ver Proverbios 11:22).

3. Sé frágil. Deja que él sea el fuerte. ¡Que él sea el Tarzán! ¡Sé la dulce Juana! ¿Has visto que alguna vez un hombrecito flacucho le dice a su esposa que pesa 90 kilogramos: «mi nenita»? Eso sucedió porque ella aprendió el secreto de ser frágil para él. No es sólo la apariencia; es la actitud. No te dediques a matar las arañas. Deja que él manifieste las habilidades de hombre fuerte. Estas cosas hacen que un hombre se sienta como hombre. Genera una dependencia, una apariencia de niñita. Esa es la clase de mujer de la cual el hombre quiere ser líder (ver 1 Pedro 3:3).

4. Vístete como mujer y conserva la apariencia de tal. Y esa mujer tiene que ser toda una mujer y toda una dama. No adoptes la apariencia de fuerte. Dios te dio una maravillosa atracción. Eres una mujer, y una mujer de Dios. Utiliza esos hechos a plenitud. No utilices vestidos de mal gusto o sensuales de tal modo que parezcas una prostituta. Dios es tu Padre, el Señor Jesús es tu Hermano. Vístete teniendo en cuenta esos hechos. Sé pulcra, sencilla y sensible.

5. Sé una mujer de Dios. No hay nada más hermoso y que atraiga más irresistiblemente al hombre que una mujer que realmente está enamorada de Jesús. No hay mejor fuente de belleza que vivir en el gozo de una obediencia perfecta a la voluntad de él. Aprende a ser alguien de quien Jesús pueda estar orgulloso. Comprenderás lo que Dios quiere dar a entender cuando dice: «Deleítate asimismo en JehdVá, y él te concederá las peticiones de tu corazón» (Salmo 37:4).

En lo que respecta a cualquier salida, son los hombres los que toman la iniciativa. Decidan delante del Señor a donde ir. Encomienden tales oportunidades a Dios en oración. Tú como hombre, vive de tal manera que lleves a la joven más cerca de Jesús.

Y las jóvenes deben vivir tan cerca de Dios que, mediante su misma vida, lleven a su novio más cerca de Cristo. Deben servirle de inspiración. Esa es la manera cristiana de vivir en amor.

No sólo en las palabras que dices,

Ni en las obras que confiesas,

Sino en la forma más inconsciente

Tu vida a Cristo expresa.

¿Es sólo una bella sonrisa?

¿Célica luz en tu frente?

No. Sentí la presencia del Señor

Ahora, cuando miraste sonriente.

No fue para mí la verdad que enseñaste,

Muy querida para ti, poco clara para mí;

Pero cuando viniste a mí

Cristo venía en ti.

Desde tus ojos él me llama,

Y desde tu corazón me ama;

Hasta el punto en que no te puedo ver,

Pues en tu lugar esté él. —Autor desconocido